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martes, junio 20, 2006

Sobre la (mi) identidad nacional y el ser humano

Mañana vuelve a jugar la selección argentina por el Mundial. Espero que gane, como cualquier hijo de vecino. Y como cualquier ídem me sentiré feliz si así ocurre; como feliz me sentí el otro día, con el 6-0 frente a Serbia y Montenegro. De cualquier modo, me sorprendió el entusisasmo popular generado por esa victoria futbolística: gente en las calles, gente en las plazas, gritos y bocinazos en veredas y calles; ese flamear de las banderas en cada casa y en cada auto como si hubiéramos expulsado a los ingleses de Buenos Aires o Malvinas.
Mi felicidad no tuvo ni tiene que ver con ninguna clase de triunfalismo nacionalista ni nada que se le parezca (algo de eso puede haber si hubiéramos goleado a Inglaterra o Estados Unidos, lo reconozco), sino con una mera vitoria deportiva; como si Boca hubiera ganado en una instancia de la Copa Libertadores. Ni más ni menos.
Nací en Hurlingham y casi toda mi vida la pasé acá: vivo acá, trabajo acá, tengo mis relaciones sociales y humanas acá, mis hijos nacieron y viven acá... En cierta medida, me siento más hurlinguense que argentino, aunque eso –ser hurlinguense– no signifique casi nada. Pero menos significa ser argentino, lo cual considero una abstracción. La pregunta que surge de ello es ¿existe una identidad nacional mía o de cualquier persona?
Para empezar, ¿qué tiene de distinto Hurlingham de Valentín Alsina, José C. Paz, San Isidro, Berazategui o Florencio Varela? ¿De qué modo puede influir un sitio para determinar una identidad –ese ser– de una u otra manera? Convengamos en algo: ser argentino significa menos que ser hurlinguense o tucumano. No existe algo que pueda definir como "identidad argentina" (más allá del gentilicio) ajena o por encima, mejor dicho, de las particularidades de cada provincia, de cada ciudad e incluso de cada barrio; lo mejor que se puede lograr es la suma de las particularidades –y peculiaridades– que, en fin, nos hace distintos a cada uno de nosotros, aún argentinos.
Vos, que estás leyendo esto ahora, naciste en Salta capital. ¿Qué hay de tu ideosincracia que se asemejea a la mía? Ni siquiera hablamos igual, aunque parloteemos el mismo idioma. Te gustan cosas distintas, músicas distintas, comidas distintas, qué sé yo... Inclusive si sos porteño sos diferente a mí: también hablás distinto, si viviste toda la vida en Buenos Aires ciudad el paisaje vertical ha determinado en cierto modo tu manera de ver y apreciar las cosas, con mayores diferencias si quien esto escribiera hubiese nacido y vivido en medio de la pampa pamepana –valga la redundancia– o en la cima de la Puna, ¿no te parece?
Por eso digo que comparto muchas más cosas (no sé bien cómo definir a esas cosas) con mi vecino que con un mendocino o un santacruceño (¡cuántas menos con el santacruceño K!) o un misionero; si bien entre mi vecino y yo también hay un abismo de peculiaridades determinadas por el ambiente en que cada uno se ha criado y ha crecido.
Tampoco me vas a decir que la identidad común es la suma de esas particularidades porque, como creo haber dejado claro, eso sería una completa abstracción, es decir nada o casi nada.
¿Qué me me une a vos, entonces? ¿Qué me identifica con vos? Ser humano, lo que no es poco.