Estoy aburrido. No sé qué cuernos me pasa pero me siento espantosamente aburrido; con todo: con el trabajo, con las lecturas (no hay un puto libro-novela-cuentos que me entretenga), con las salidas, con la comida, con la cerveza, con todo!!! ¿Será la soledad? No sé. El caso es que me tomo una birra o una siesta o escribo estas líneas de puro aburrimiento, nomás.
Por ahí me instalo frente a la PC y planifico el año, desarrollo un “plan de trabajo 2008” que ya tiene como cuatro páginas y me ilusiono con los proyectos, con los planes (algunos medio locos o descabellados, pensará Maru –mi socia y amiga– pero sin decir palabra en contrario cuando se los relato), y paso el rato. La verdad es que me tiene bastante preocupado lo que vendrá próximamente; no preocupado mal –o sí, en algún sentido– sino en función de que no sé cómo cuernos haré para llevarlos adelante, para concretarlos; es que me faltan recursos de todo tipo: humanos, materiales, económicos…
Pero al rato largo todo y me pongo a pensar y reflexionar sobre este aburrimiento que me acosa, que –por ejemplo– me impide escribir algo de ficción. Para escribir una novela (pongamos por caso Mar del Plata, iniciada y avanzada. Linda novela!) necesito estímulos; no me preguntes de qué tipo, pero necesito estímulos físicos e intelectuales. Entonces la dejo ahí, archivada; le echo un vistazo de cuando en cuando, muy de cuando en cuando; le añado un par de líneas o, como máximo, un párrafo, y enseguida pasa al olvido (no al olvido propiamente dicho, sino más bien a una especie de abandono inmerecido pues, insisto, es una linda novela, tal vez la mejor que he comenzado).
A veces me cuelgo con algo (ayer, por ejemplo, con una larga crítica a las boludeces que escribe GC en Oestiario); pero nunca dejan de ser boludeces también, asuntos intrascendentes, puerilidades sin mayores consecuencias. ¿No será que TODO lo que escribo es puerilidad sin mayores consecuencias? Tal vez; o quizá lo vea de ese modo productos del aburrimiento, ¿no? Cuando uno está-se-siente aburrido todo tiende a ser pueril, inconsistente, aburrido!!!
Quizá sea verdad que necesito ayuda; me lo han sugerido varios: que el psicoanálisis te haría bien, etc. (Tanto yo como la mayoría de quienes me sirven de interlocutores consideramos que esta aburrimiento crónico –viene de meses– es generado por cierto grado de depresión que alcanzó su clímax durante las fiestas de fin del año pasado, y la depresión, como todo ser inteligente sabe, sólo es tratable a través del psicoanálisis y, finalmente, de los psicofármacos…). Pero ignoro de qué modo estrafalario podría ayudarme con mi aburrimiento-depresión alguien desconocido a quien, a priori, considero más ignorante y estúpido que yo (a lo largo y ancho de este blog podrás hallar referencias veladas y/o explícitas a la ignorancia de los analistas y a la estupidez de la psicología). Además, me aburre la sola especulación de concurrir semanalmente a un psi!!!
Por ende, no sé qué carajo hacer. Sólo me aburro y me dejo aburrir. Las cosas se suceden para aburrirme! Si tan siquiera se me ocurriera alguna idea genial para desarrollar (ver la última: De Palitos, Evangelinas y Deanes) mi vida tendría un sentido; haría un aporte a la humanidad y ello me dejaría bastante satisfecho, al menos por un rato.
Supongo ahora, tras escribir el párrafo anterior, que el aburrimiento tiene que ver, al menos tangencialmente, con la insatisfacción (algún psicólogo/a que diga algo!!! Je je je). Estimo, siguiendo esa línea de pensamiento, que el estar satisfecho con uno mismo provoca que uno se sobreestime (o se estime en su justa medida, no a menos); entonces le escapa a la depresión y, consecuentemente, al aburrimiento (en este punto coadyuvan dos líneas que pensamiento, a saber: 1) que la depresión viene a cuenta de la insatisfacción, y 2) que el aburrimiento es producto de la depresión).
Pero una cosa se retroalimenta de la otra: ¿dónde cuernos hallar algo o alguien que me satisfaga…?
El otro día, sentado a una mesa de café, planteé a amigos-conocidos lo siguiente: que uno de mis mayores temores-terrores consistía en no volver a enamorarme. Que esa ausencia de esperanza amorosa –permítaseme llamarla así– era uno de mis mayores pesares, sino el mayor de todos. Que en la ausencia del objeto amado (por cierta e inexplicable imposibilidad de amar) radicaba o, mejor dicho, radica el vacío existencial (¡qué horror eso de “vacío existencial”!) del que surge la pereza intelectual y emocional (he dicho ya en otras entradas) que me lleva, indefectiblemente, al aburrimiento. (La verdad es que, en dicha mesa, no hablé ni de vacío intelectual ni de pereza; simplemente de mi miedo a no volver a amar, con alguna referencia descolgada al aburrimiento).
Y acá vale una aclaración, por las dudas: mi temor no tiene que ver con no volver a ser amado –lo cual admito como factible: tanto no ser amado como serlo–, sino con que yo no ame. Esto es muy importante, pues hay personas, muchas personas a quienes obsesiona el primer término de la ecuación, mientas que a mí me pasa lo contrario; es decir, no me preocupa ser amado sino amar.
Amar es el motor de la vida. (Valga otra aclaración: no hablo de amar, por ejemplo, a los hijos, como en efecto los amo; sino del amor sexual –definámoslo así–). Amar a una mujer (o a un hombre), amar a otra persona unívocamente, desearla y anhelarla como no se desea ni anhela otra cosa, es el más maravilloso sentimiento que el ser humano puede experimentar. Esa ansia perfecta, inmaculada, rayana en la locura más hermosa, es la que nos hace saber cotidianamente cuan humanos somos, cuan personas somos, pues sólo ella nos hace conocer las cúspides de la felicidad y del dolor. El objeto amado (hombre/mujer) nos define como tales: hombres y mujeres. VIVIMOS (así, todo con mayúsculas) solamente cuando amamos de ese modo aparentemente insano; por interpósita persona, a través del ser amado.Mas cuando ello no ocurre o, peor aún, cuando la posibilidad de que ocurra parece lejana, virtualmente imposible, la vida carece se sentido. Cuando nada tiene sentido, todo es aburrido. Y el círculo se cierra.