Contra los talleres psico-literarios
De pura casualidad llegaron a mis manos tres ejemplares de sendos números más o menos viejos (principios de este año, calculo) de la publicación La Mujer de mi Vida. Leyéndola y recordando otras revistas psico-literarias que conozco, he descubierto que todo el mundo fue o va a un taller literario (lo que parece ser endémico entre los trabajadores de prensa de Página/12): los jóvenes que escriben, quienes publican cuentos y/o poemas en las revistas gremiales realizadas de y para escritores consagrados o por consagrarse (de algo hay que vivir), etc. Incluso hay muchos, demasiados, que los dirigen-conducen-encabezan o como quiera que se diga, aun sin haber publicado libro alguno o uno solo autoeditado o simplemente por haber hecho el profesorado completo de literatura (de esto parece que también se puede vivir).
En determinado punto me siento un poco culpable: yo no fui no voy ni pienso ir a un taller de esas características. Por puro prejuicio, quizá, se me hacen muy similares a terapias de grupo y, como todo el mundo sabe (o desde ahora sabe), detesto el psicoanálisis. Mis primeros y únicos profesores-talleres fueron Poe, Quiroga y R. L. Stevenson; luego se sumaron otros muchos que no vienen al caso. No obstante, he escrito varias novelas, decenas de cuentos y miles de poemas juveniles; he ganado algunos premios menores y publico regularmente en mi página web, mi blog, revistas varias, otros sitios web, etc. Además trabajo como periodista con cierta consideración y respeto público. Todo lo cual me lleva a considerarme escritor.
En uno de esos ejemplares de LMDMV que llegaron a mis manos casualmente, leí un artículo titulado "Por una literatura de la crueldad", en el que Alejandra Varela (anoté los datos en la libretita que siempre llevo encima para anotar las ocurrencias que aparezcan en los lugares y momentos menos pensados) dice que a los nuevos escritores argentinos (de menos de 40, precisa) les falta un estilo y escriben más o menos todos iguales, sin pasión ni tensión, señala más o menos la autora.
Según creo, la respuesta es la apuntada en el primer párrafo de este post: todos ellos fueron o van a un taller literario, que cumple el función aparente de estandarizar la literatura argentina. El estilo es el del taller literario. Debe haber alguien que empezó con esto y sus alumnos-aprendices o como quiera que se llamen aplicaron el mismo... programa en los suyos (de algo hay que vivir) y en las revistas que fundaron o en las que escribieron y así sucesivamente: miles de autores aprehendiendo lo mismo y escribiendo lo mismo en sus miles de variantes subjetivas, pero siempre respetando lo literariamente correcto que indice el códice-parámetro mencionado.
Supongo que uno de los muchos (¿infinitos?) problemas es que en la Argentina se gana más plata dando un taller literario que escribiendo; por eso los escritores dan talleres literarios y los profesores con horas y cargos ni lo piensan; se gana más escribiendo sobre literatura (y escritores) que literatura. Estoy seguro que gana más, mucho más un crítico de Clarín Cultura y Nación o Página/12 Radar que sus criticados. Se paga más por un artículo en La Nación que por una novela, por ejemplo. Por eso hay tanto escritor criticando (a muchos de los cuales no se les entiende un cuerno). Por eso hay tanta revista literaria. Por eso hay tanto blog esponsoreado por Mercado Libre, Google Adwords, etc. Y esto, sinceramente, no es culpa de los escritores sino de un mercado editorial que no existe, una industria que sucesivos gobiernos han destruido en favor del usualmente bienvenido best-seller.
También hay que decir (por las razones apuntadas) que nosotros, los escritores, hacemos poco para cambiar el asunto, siquiera escribiendo algo interesante, divertido y polémico de cuando en cuando. Porque, ¿para qué es la literatura sino para interesarnos, divertirnos y polemizar?
Así que, chicos: a abandonar los talleres psico-literarios y a escribir como a cada uno le venga en gana, que se acaba el mundo!!!!!